Simón me ruega con la mirada, mi vista se dirige al reloj de la pared que
marcan las once con cuarenta y tres.
Aun no son ni las doce y ya hay niñatos pidiendo dulces, no han
pasado por aquí, pero ya he escuchado la inhóspita voz de la señora Mercedes
espantando a los niños, evitando que suban a mi piso para pedir dulces que no tengo. Y aunque quisiera, no
podría ir a dárselos.
Escucho un sonido y mi
vista se detiene en Simón, la cinta en su boca le prohíbe ejercer palabra
alguna y sus manos atadas a su espada le quitan movilidad. Luce patético; con
su rostro pálido y sudoroso, manchado con sus propios desechos emanando un olor
tan desagradable que me dan arcadas. Sus ojos llorosos están rogando por
piedad. Como si yo fuera a dársela.
El no lo merece. El me quito todo primero. Yo pude ser grande,
exitoso, más que el, mucho más.
Otro gruñido sale de su cuerpo, no ha comido ni bebido nada en
tres días, por lo que se y si mis cálculos son correctos, esta debería ser su
última noche. Morir por hambre y deshidratación es lo menos que se merece,
incluso, para ayudarlo, tome un cuchillo que había dejado cerca para hacerle un
corte en sus muñecas, prometiéndole que esta ya sería su última noche. Me sentí caritativo por ello.
Que irónico, un monstruo moriría en noche de brujas.
Por primera vez en mi vida, sentí que estaba haciendo algo
realmente bueno. Estaba quitando un gran estorbo a la sociedad, Simón estaba
pagando por su egoísmo, por haberme convertido en lo que soy, por haber querido
más y haber hecho daño para lograrlo. El no estaría ahí si no fuera por mí, si
yo no hubiera estudiado, si yo no hubiera matado a personas, si yo no hubiera
malditamente logrado todo lo que logre, el estaría en la miseria, donde merece.
Miro a Simón, que se encuentra ahí, al otro lado, observándome,
desesperado, pero sabiendo que estoy tomando la decisión correcta. El sabe que
lo odio, que lo aborrezco, que si pudiera nunca lo hubiera creado, no lo
hubiera traído a este mundo.
Entonces, aparto la mirada de espejo delante de mí, y la dirijo
a mis pies, que se encuentran atados al igual que mis brazos. Ya no queda
fuerza para nada, sé que ya ha llegado el fin. Recuerdo las palabras que
siempre solía decirme mi madre.
- -No hay que ser un genio para
saber cuándo hay que irse, no te aferres a la vida, que te aseguro, no será tan
buena como la muerte. ¿Entiendes Simón?
Entiendo. Tengo miedo, pero entiendo.
Vuelvo mi vista al espejo y mis parpados comienzan a pesar.
Finamente un último sollozo sale de mi garganta, siendo apagado con el sonido
de los timbres de las casas y las inocentes risas resonantes de los niños pidiendo
dulces.
hola!somos de seamos seguidores y te devolvemos la visita a nuestro blog, no funciona el boton de seguidores pero aqui estamos!!
ResponderBorrarHolaa gracias por seguirme
ResponderBorrarMe quedo por aqui
Besitos